Vicente, el último capellán de la guerra de Malvinas

10 junio, 2022/ www.antena-libre.com.ar

Vicente Martínez Torrens vive en General Roca, Rio Negro, y en su museo personal tiene la primera bandera izada el 2 de abril de 1982 en el Atlántico Sur. A 40 años del final de la guerra, compartimos la historia de un cura valiente.

Doblada cuidadosamente en un cofre de vidrio, se ve el paño celeste y blanco, sin sol. Un par de manos, gastadas por el tiempo, la sacan y la despliegan amorosamente para la foto. Esas mismas manos, con 40 años menos, fueron las mismas que temblorosas, por el intenso frío del sur malvinense, la bajaron del mástil de un Faro, para reemplazarla por la bandera oficial Argentina, con un sol inmaculado en el centro. La guerra con el poderoso ejercito Inglés había comenzado.

“Cronológicamente esta es la primera bandera izada en Malvinas, que sirvió como señal para que los aviones supieran que la pista ya estaba despejada”, asegura el sacerdote.

A sus 82 años, Vicente es el último capellán vivo, de 14 que envió la Iglesia católica, para dar apoyo espiritual a los soldados argentinos. Sentado en una sala museo de Veteranos de Malvinas, en un populoso barrio de General Roca, recuerda con numerosos detalles aquellas días en que le tocó ser un testigo privilegiado del conflicto.

En diálogo con la emisora Antena Libre, relata que fue el primer capellán designado para ir a Malvinas por varios motivos; uno de ellos fue que conocía perfectamente al jefe de Regimiento 25, Mohamed Alí Seineldín, a cargo del operativo “Virgen del Rosario” que recuperó las islas el 2 de abril de 1982. Ya se habían cruzado en un regimiento de Córdoba, donde Vicente hizo el curso de paracaidismo, donde también estaba Seineldín. Otro plus importante era que ya había participado, como capellán, en lo que se conoció como el “cordobazo”, donde vio “picar las balas cerca por primera vez”.

“Tener miedo te ayuda a superarlo, a enfrentarlo, pero no es que uno no tenga miedo, sobre todo en una guerra”, explica el cura, que luce orgulloso las medallas que cuelgan de su chaleco verde oliva, además del cóndor dorado, símbolo de paracaidistas especializados.

Ese valor le hizo no dudar cuando tuvo que buscar a soldados que quedaban heridos en las trincheras, mientras los marines ingleses se llevaban a los prisioneros, una vez firmada la rendición.

El 6 de abril, Inglaterra decide ir a al sur a recuperar las Malvinas con la OTAN, se hizo un bloqueo y no se podía andar en aviones por temor a que sean derribados. Este inconveniente impidió que los capellanes pudieran turnarse para ir a las islas y Vicente debió quedarse hasta el 19 de junio.

“Durante cinco días estuve escondido y junto a Seneildin, me dedique a buscar y atender a los heridos para llevarlos al buque hospital Irizar. Yo sabía donde estaban los soldados porque estuve en primera línea. Fui un soldado más, pero sin armas. Cuando caía la tarde los ingleses dejaban sus actividades y se se iban a un hotel bar. A las 11 de la noche no sabían ni como se llamaba su mamá, por lo que aprovechaba a buscar heridos. El ser muy alto me favoreció porque me mimetice el casco como un comando de ellos y de noche todos los gatos son pardos, así que me pude desplazar con cierta tranquilidad, con precaución de no caer prisionero. Eso también me permitió juntar cosas del campo de batalla que hoy forman parte de mi museo personal”, relata el sacerdote.

Cómo se concretó el escape de soldados heridos y del mismo capellán, es como imaginar una película de acción de Hollywood. Así lo cuenta el sacerdote: “tratábamos de no caer prisioneros de los ingleses, luego de la rendición, por lo que usábamos un “yeguin” (balsa utilizada para trasladar alimentos o heridos) donde se transportaba hasta 60 soldados hasta el Irizar, en medio de la penumbra nocturna. En principio nos amadrinamos (acercar) al Irizar y con el helicóptero se rescataba a cada uno de los heridos.  En un momento se levantó un mar de fondo, con olas de 12 a 15 metros y era imposible mantener el equilibrio. El Irizar no tiene quilla, así que cuando se aproximaba la escala de gato (escalera hecha con sogas), había que saltar. Cuando los ingleses se dan cuenta de ese escape, el helicóptero lanzó una red y metimos a todos los soldados en ella como si fueran sardinas. Yo quedé en la barandilla del yeguín, agarrado a la maroma. Cuando la escalera vino hacia mi, movida por el viento, me largue y la tomé en el aire. Así me rescataron hacia el barco”, recuerda Vicente, como si hablara de una película de acción.

Un libro para homenajear a los muertos

Además de capellán del Ejercito, Vicente Martínez Torrens, fue un excelente cronista de todo lo que sucedía en medio de la guerra. Fue un testigo privilegiado, lo que lo obligó a escribir un primer libro llamado “Dios en las trincheras”. En el segundo libro no quiso dejar a ningún héroe afuera y se lanzó a recopilar cientos de testimonios, viajando a distintos lugares del país para conocer más en profundidad quienes fueron esos héroes. Esa recopilación le llevó 30 años y contó en total 649 soldados argentinos.

“Mi idea era que no fuera un registro frío, sólo con datos, por lo que visité a sus familias, sus lugares, sus historias, sus sueños”.

“Se  que este libro va a quedar hasta el último día de mis días y ya no me queda mucho. Soy el último capellán que queda con vida y este es el mejor homenaje que puedo hacer a los héroes de Malvinas”, afirma.

“Una vez un chino dijo que “si quieres saber el valor de tu gente, pregúntaselo a tus enemigos”. Y justamente un británico de apellido Tompson mencionó que no podía creer que estos adolescentes disfrazados de soldados hubieran producido tantas bajas”, reflexiona el Padre Vicente.

 Actos heroicos.
Gramisi, era soldado platense. Estaba en el pozo con un compañero luego de una batalla sangrienta. Cuando ellos ocuparon el monte, quedaron prisioneros. Los argentinos hicieron pozos muy ocultos, difíciles de ver. El soldado argentino es llevado prisionero y le dice a sus compañeros, “salgan, se acabó”. Los demás levantaron la tapa y el británico largó una granada dentro del pozo y le pega a un compañero. El soldado mal herido le dice a Gramisi, andate, salvate vos. Pero él le dice que no lo puede abandonar. Al ver que no salían del pozo, el británico saca la balloneta para ensartar al argentino. En ese momento Gramisi lo ve y salta sobre su compañero y recibe la balloneta en su cuerpo y lo mata. “Ahí se cumple lo que dice el Evangelio: No hay amor más grande que aquel que da la vida por los amigos”. Gramisi se inmoló por salvar a su compañero, quien luego fue enviado a un hospital y se salvó”, recuerda Vicente.


“De estas historias hay miles”, asegura, e incluso él mismo recibió un balazo en el casco que aún conserva. “Cuando me preguntan si tuve miedo, les contesto que el miedo favorece, salva, porque nos hace ser más precavidos”.

En este 10 de Junio de 2022 se cumplen 40 años de aquella injusta guerra, que tiene como testigo privilegiado al último capellán con vida, quien atesora para sí la primera bandera liberada en el cielo de las Islas Malvinas.