El libro reúne 11 entrevistas realizadas por Beatriz Reynoso y Silvia Cordano a protagonistas de la guerra y de lo que siguió. El encuentro fue en el Museo Malvinas; hubo emoción, abrazos y una causa que no se abandona
19 Abr, del 2024
https://cdn.jwplayer.com/previews/pSVeoRue – Presentación del libro “Nuestras Mujeres De Malvinas”
Quizás el momento más emotivo de la tarde fue cuando una mujer y un hombre se abrazaron. No cualquier mujer, no cualquier hombre: ella había sido enfermera en una guerra, la de Malvinas; él era soldado. Más de cuarenta años habían pasado desde que volaron juntos en un Hércules… ahora estaban juntos, el público aplaudía y en más de un par de ojos había lágrimas. Algo parecido pasó al final, cuando un soldado y la joven que le escribía desde Buenos Aires se vieron por primera vez.
Es que fue una tarde de abrazos, emoción, reencuentros esperados y sorpresas. Con algunas ausencias, debidas algunas a la distancia y otras a impedimentos de salud, las mujeres que contaron su experiencia en las entrevistas que Silvia Cordano y Beatriz Reynoso recogen en Nuestras mujeres de Malvinas estuvieron reunidas en el auditorio del Museo Malvinas de la ciudad de Buenos Aires.
La ocasión era la presentación oficial del libro publicado por Leamos, la editorial digital de Infobae. Ante un auditorio colmado, el periodista Guillermo Panizza, a cargo de la conducción del evento, destacó que el propósito del acto era “seguir construyendo memoria”, y que en ese sentido este libro “constituye un enorme homenaje a quienes todos los días construyen memoria de Malvinas”.
El abrazo entre los veteranos Liliana Colino y Miguel Alario.
“Quisimos reconocer a las mujeres de Malvinas, esa es todavía una deuda pendiente para la sociedad”, señaló Cordano. A su vez, Reynoso -que, a su vez, es hermana de un excombatiente-quiso hacer referencia a la imagen de la Virgen de Luján que había estado en Malvinas y que, tras haber sido tomada por los militares ingleses y trasladada a Gran Bretaña, donde permaneció 37 años, regresó a la Argentina. Esa Virgen estuvo presente este jueves en el auditorio del Museo: “El sacerdote de la iglesia donde está la Virgen pidió que no se digan cosas negativas –acerca del periplo de la imagen–; dijo que estuvo en un altar privilegiado, y que ante ella se rezó por los caídos de ambos lados”.
“Va a ser una tarde a flor de piel”, advirtió Panizza. Y tras el reconocimiento al veterano Julio Aro que expresaron las autoras, se dio paso a la proyección del mensaje enviado por el prologuista de Nuestras mujeres de Malvinas, el excoronel británico Geoffrey Cardozo, que también fue protagonista de la identificación de los cuerpos de los caídos: “Un océano enorme hay entre nosotros, pero yo lo siento como una estrecha corriente de agua. Durante años esa agua fue opaca, pero gracias a Beatriz y a Silvia, se ha vuelto clara, transparente –comenzó, hablando en español, para cerrar–: El dolor es el precio máximo del amor. Pero la de hoy es una ocasión alegre, y desde aquí levanto mi copa de malbec por todas nuestras mujeres y veteranos”, dijo. Y brindó desde lejos.
Reynoso, Panizza y Cordano en la presentación de “Nuestras mujeres de malvinas”.
Luego de estas palabras, las autoras del libro conversaron con las mujeres a las que habían entrevistado para el libro. La primera en hablar fue Beatriz Páez: “Cuando mi hijo se había ido al servicio militar, nos sentábamos a comer con mi marido y mi hija y yo no comía: lloraba. Ellos me decían ‘pero si se fue al servicio militar, parece que se hubiera ido a la guerra’. Los presentimientos de madre… Mi hijo al final fue a la guerra. Pero mi hijo volvió, gracias a Dios y a la Virgen, y a ella le pido por todas las madres que sus hijos no volvieron”.
Silvia Cordano destacó que, una vez terminada la guerra, Beatriz iba a Campo de Mayo a ver a los soldados heridos, y a cada uno de ellos les pedía los datos de su familia para ubicarla y contactarlos.
“Néstor era un joven viejo”, contó Alejandra González, hermana de un soldado caído. “Los viernes, cuando volvía del regimiento, íbamos a bailar folclore junto con mi papá. Este poncho que llevo es de mi hermano; es lo último que se sacó del hombro antes de vestirse las pilchas de soldado. Es un poncho al que me aferro, me da ánimo, me cobija”. “Y pude seguir porque la vida me quitó un hermano pero me devolvió cientos y miles a lo largo y a lo ancho del país, que me sostienen, que me enseñaron”, continuó, aludiendo a la comunidad que se generó entre los veteranos y los familiares de los caídos.
Beatriz Páez y Alejandra Gonzalez conversan en la presentación del libro de Reynoso y Cordano.
“Si pudieras volver 42 años atrás, ¿volverías a ir a la guerra, después de todo lo que sufriste?”, le preguntó Cordano a la instrumentadora quirúrgica Silvia Barrera. “Sí. Creo que uno elige su camino, y el camino mío y de mi familia está en el Ejército. En el rompehielos, era los bombardeos durante la noche, en tierra recogían a los heridos y los llevaban al hospital de Puerto Argentino, y cuando nos los traían sus heridas se abrían, porque estaban recién operados. Eso fue los primeros días. Después los traían directamente del campo de batalla, y ahí había que romperles la ropa para ver en dónde estaban heridos y después hacer nosotras las cirugías”. “Creo que la obligación de todo veterano de guerra es contar lo que vivió para dejar plasmadas las distintas historias de valor y coraje que tuvieron nuestros soldados en Malvinas”, concluyó Barrera.
“En el proceso de identificación de tuvimos la oportunidad de recorrer el país y ver lo que pasaba con cada familia –recordó la antropóloga Virginia Urquizu–. Y en muchos casos era la primera vez que podían hablar de Malvinas. Me vienen muchas situaciones a la cabeza, todas cargadas de mucha ansiedad, mucha angustia por parte de las familias, de muchos temores pero también mucha esperanza. El impacto más grande para mí es haber entrevistado a cada una de las madres de los caídos en Malvinas, porque en muchos casos esa era la primera vez que podían hablar”.
Silvia Cordano le agradeció a Urquizu “y a todo el equipo de Antropología, por el compromiso, porque más allá del rigor profesional, mostraron empatía y humanidad acompañando a cada familiar “.
Todos de pie para cantar el Himno Nacional en la presentación de “Nuestas Mujeres de Malvinas”
A continuación, Beatriz Reynoso recordó la historia de Nélida Montoya, “ella iba a estar sentada aquí pero no pudo viajar desde Lobos porque no está bien de salud”. Nélida es la madre del soldado Horacio Echave. “Cuando empezaron a regresar los soldados, fueron al regimiento y nadie les daba información sobre su hijo: ‘Quizás viene después en otro barco; está desaparecido’… Esa palabra tan maldita para la argentinidad, desaparecido. Ellos después de dos años recibieron por correo la partida de defunción del hijo, nadie del Ejército se acercó a decirles a los padres que su hijo había sido un héroe. Pido un aplauso para Nélida Montoya”.
Luego Reynoso presentó a Rosa Rodríguez, hermana de Juan Domingo Rodríguez, soldado caído en Malvinas: “La madre antes de morir le pidió a Rosa que siga buscando a su hermano. Cada persona tiene su proceso… Yo espero que ella pronto pueda abrir finalmente el informe [la Identificación elaborada por el Equipo de Antropología Forense] y el reconocimiento que recibió sobre su hermano”. “…No puedo hablar mucho –dijo Rodríguez emocionada–. Gracias, Beatriz, de todo corazón”.
“Nuestras mujeres de Malvinas”, el libro editado por Leamos.
En el caso de la enfermera Liliana Colino, la única mujer militar que pisó las islas durante el conflicto, el punto de inflexión que la decidió a salir a contar su experiencia fue un episodio doloroso que vivió su hija en el colegio: “Un 2 de abril, la maestra en el aula recordó que en esa fecha los argentinos habían tomado Malvinas. Y mi hija, con inocencia, levanta la mano y dice ‘sí, mi mamá estuvo en Malvinas’. La maestra le responde ‘estás mintiendo, Sol, a Malvinas no fue ninguna mujer’. La trató de mentirosa, y también sus compañeros. Ella salió llorando del colegio. Pero también otro de los motivos por los que empecé a hablar es porque la guerra no son solo los combatientes, es también la logística, y se habla muy poco de eso. Los combatientes se apoyan justamente en la logística, que es lo que falló en esta guerra. Ese es uno de los motivos por los que empecé a hablar. Y cada vez que voy a un colegio a hablar, es una caricia al alma, porque los jóvenes están sumamente interesados, saben mucho más que los adultos de la guerra de Malvinas, preguntan mucho más, y eso es realmente reconfortante”.
Entonces llegó el momento del encuentro.“Hace unos días Liliana recibió un regalo hermoso –contó Reynoso–, y me dice ‘estoy tan emocionada, lo quiero compartir’. Y me reenvió dos whatsapp, uno que decía: ‘Yo fui uno de los heridos que viajó con vos en el Hércules el 22 de mayo por la madrugada’. Y el otro mensaje que decía: ‘Y cuando contaba que había una mujer, me decían que no’. Liliana, hoy Miguel Alario está acá y vino a saludarte”.
Sorprendida y emocionada, Colino se tapó la cara con las manos para inmediatamente ponerse de pie y caminar al encuentro con el veterano, quien con una sonrisa se levantó y corrió a abrazarla. La emoción y la celebración por este reencuentro fue compartida por todo el auditorio, que estalló en un sentido aplauso.
Rosana Fuertes aplaude cuando Liliana Colino, emocionada, se tapa la cara.
“Rosana Fuertes fue la novia y es la esposa del veterano Daniel Ontiveros –la presentó Beatriz Reynoso–. ¿Cuán difícil fue acompañar estos años a Daniel, hasta que él pudo estar un poco mejor?”. “Hubo momentos buenos, maravillosos, y momentos de las más oscuras profundidades –respondió Rosana, con la voz entrecortada–. El estrés postraumático es terrible, eso ha hecho que sean más los veteranos fallecidos que los que murieron en las islas. Todavía nosotros no pudimos leer las cartas que nos mandamos durante la guerra. Algunas las pudimos leer hace muy poco, pero hay días que no podemos. Por suerte, el arte fue una terapia para los dos, el tener una familia y querernos mucho, eso nos ayudó a salir adelante”.
La última de las mujeres en hablar fue Elina Carullo, también artista. Su padre fue tomado prisionero al terminar la guerra, y cuando regresó a su casa traía las monedas que había recibido como reparación: “En pandemia surgió la idea de pintar esas monedas, que tienen un valor simbólico, emocional muy grande, porque simbolizan que papá había vuelto de la guerra. Esas pinturas, que iban a ser la celebración de que papá hubiera vuelto y que me hubiera conocido, porque yo nací cuando él estaba prisionero, terminó siendo un homenaje, porque antes de que terminara de pintarlas papá falleció”. “Pero al lado de estas mujeres marcadas por la guerra, de todo lo que sufrieron, lo mío es apenas una mancha de nacimiento”, agregó Elina emocionada.
La Virgen que estuvo en Malvinas, fue llevada a Inglaterra y pudo ser traída de regreso.
Las autoras de Nuestras mujeres de Malvinas hicieron referencia a continuación a dos mujeres que entrevistaron para el libro y que no pudieron estar presentes Nombraron a Jimena Amaro, hija de un veterano. Jimena integra actualmente la agrupación HIJOS y está nucleando a todos los hijos de la posguerra para ayudar a sus pares. Otra de las mujeres entrevistadas es Michelle Aslanides, que vive en Francia. Ella representa a los argentinos que, impulsados por sus maestras y profesores, escribían cartas a los soldados.
Y en relación con el tema de las cartas, por último Guillermo Panizza presentó la historia de Mara: en 1982, Mara vivía en Vicente López y tenía 16 años. Durante la guerra, intercambió correspondencia con un soldado, Marcelo. “Vení, Mara”, invitó el periodista. “Antes de la pandemia, me llega una foto de la carta y me dice ‘¿te suena?’ –contó al micrófono Mara–. Ahí nos contactamos, y siempre para el 2 de abril le escribía algo a Marcelo. Pasaron cinco años, y nos conocimos personalmente recién hoy, acá”.
Mara muestra la carta que le mandó a Marcelo, que está parado detrás de ella. Él la guardó desde 1982.
“Cuando llegó el momento de la rendición, me negué a que se llevaran las cartas –contó el veterano–. Me tocó uno que hablaba español, y cuando me empieza a revisar la ropa me dice ‘¿qué tenés acá?’. Los bolsillos del pantalón de combate son los más voluminosos. Y yo tenía las cartas en unas bolsitas porque con el barro, la nieve, se destrozan. Y cuando saca un manojo de cartas me dice ‘me las tenés que dar, todos los demás me las dieron’. ‘Sí, ya lo vi, pero yo no te las puedo dar. ‘¿Por qué?’. ‘Porque me sacaste todo, me sacaste el fusil, el correaje, me querés sacar el casco, y esto es lo último que me queda. Y ya no me acuerdo ni cómo me llamo, y en estas cartas, que son de gente anónima, puede también estar escrito mi nombre’. Y el inglés no solo me las devolvió, sino que me las guardó él mismo en el pantalón”.
“Estas son las historias sanadoras –concluyó Beatriz Reynoso–. Esto también nos rescata, igual que el hecho de estar todos juntos acá”. Y Cordano señaló: “Estamos ante una oportunidad histórica de unirnos, mas allá de las grietas, y contribuir a sanar estas heridas, visibilizando, hablando, porque para avanzar hacia adelante es necesario sanar. Este libro contribuye a eso, a visibilizar historias de las que nadie hablaba, las mujeres no eran testigos silenciosas, y merecen este reconocimiento”.