25 de abril de 2022. Por Mariano Chaluleu LA NACION
Sin preparación militar, el buque ELMA Río de la Plata participó en una misión de espionaje alrededor de la isla Ascención; con métodos precarios, tomó las primeras imágenes de la task-force que atacaría las islas.
La cronología de la guerra por las islas Malvinas documenta que el primer enfrentamiento terrestre ocurrió el 21 de mayo de 1982, el día de la batalla de San Carlos. Antes, el 25 de abril, los ingleses recapturaron los puertos Leith y Grytviken de las islas Georgias a través de la operación ‘Paraquet’. Ambos hechos sucedieron varios días después de la fecha en la que la guerra inició: el 2 de abril. Claro, tardaban semanas los buques ingleses en arribar al lugar donde se desarrollaría la acción.
El conflicto armado era inminente. Pero todavía no comenzaba. O, mejor dicho, no alcanzaba la magnitud que cobraría después. Sin embargo, en esas tres, cuatro semanas, transcurrieron eventos importantes. Por ejemplo, misiones de avistamiento y excursiones de vigilancia. Una de estas últimas fue la intervención del Río de la Plata. El primer buque argentino -según ofrecen distintas versiones- en acercarse “cara a cara” a la flota inglesa. Y con la peculiaridad (este no es un dato menor) de que ese vis-à-vis haya ocurrido muy lejos de la Argentina: la situación se desarrolló cerca de la isla Ascensión.
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El trabajo de este buque no era la guerra. Es importante aclarar eso de entrada. En rigor, formaba parte de la empresa ELMA, la unión entre Flota Mercante del Estado y Flota Argentina de Navegación de Ultramar. Era un barco mercante, y su tripulación contaba con nada más que una pistola de emergencia que era propiedad de la compañía. ¿El resto? Cargamento comercial.
En abril de 1982, sus tripulantes protagonizaron una aventura de espionaje artesanal con una cámara reflex y una radio de onda corta. Ah, y con el idioma lunfardo. Viajaban desde Kotka (Finlandia) hacia Buenos Aires, con una escala en Bilbao. Era un día regular: navegaban cerca de las costas africanas, sol resplandeciente. Hasta que llegó un mensaje emitido por la Armada: una orden que quizás se podría interpretar como un pedido.
“Ir a la isla Ascensión para hacer avistajes”
“Ir a la Isla Ascensión para hacer avistajes”, decía el telegrama cifrado que recibieron. En ese momento avanzaban a toda máquina rumbo a Buenos Aires. El ambiente, cómo no, se invadió de caras sorprendidas. “¿A dónde?”. Pero no hubo objeciones. Y hacia allí fueron.
Se acercaron tanto que, en un momento, estuvieron a 5 millas náuticas (9 kilómetros) de la costa del territorio inglés. Desde allí pudieron observar, con la ayuda de binoculares, a la fragata Antelope, y a los buques logísticos Sir Galahad, Sir Tristan y SS Canberra, entre otras naves británicas que realizaban una escala técnica antes de emprender camino hacia el mar argentino. Casi todos fueron fotografiados.
También se recolectaron horas de audio. Horas de grabaciones interceptadas que están plagadas de pasajes inquietantes. Por ejemplo, uno de cuando a los ingleses, que se percataban de que estaban siendo observados, se los escuchaba advertirse por VHF: “Stranger in the area”.
La misión, que tuvo lugar el 23 de abril de 1982, fue descrita por el capitán del Río de la Plata, Carlos Benchetrit, en una columna publicada en LA NACION en el año 1999 que se tituló ‘Espía a la fuerza’. En ella, contó que espiaron a la task-force británica “huérfanos de todo apoyo naval o aéreo”. Hoy Benchetrit descansa en paz. Pero lo sucedido aún late en la voz de alguien que también fue parte de esta gesta.
En un frío día de otoño marplatense, Rubén Di Paula, tripulante aquél día, recibe a LA NACION. Di Paula es el autor de algunas de las imágenes que fueron tomadas ese día: “Con mi cámara reflex, la única que teníamos. Le puse el lente zoom. pero quedaba muy corto, entonces usé el normal y tomé las fotos con la cámara pegada al lente de un largavistas”, dice.
Marino mercante desde los 24 años hasta los 59, hoy reside en la ciudad costera, donde nació y se crio. Y trabaja como martillero y corredor público. Lleva 5 años retirado, pero no importa, “marino mercante se es toda la vida”.
-En 1982 vivieron la particularidad de enterarse de la guerra cuando estaban en otro país. Me gustaría, primero, que me contara un poco sobre eso.
-Lo recuerdo perfectamente. Estábamos amarrados en Kotka. Entra Arnoldo Bergman, el tercer oficial de máquinas al camarote y me despierta diciéndome que me levantara, que “¡estamos en guerra, tomamos las Malvinas!”. Por supuesto que no le creí (ríe). Le respondí que me dejara dormir porque todavía no era mi turno de guardia en la sala de máquinas… Dos horas después fui a tomar un café al comedor de oficiales. No había nadie, ni siquiera los mozos. Caminé, hasta que los encontré en el cuarto de la radio, escuchando noticias por onda corta. No podía creer lo que oía: era verdad, habíamos tomado las Malvinas.
La conmoción se extendió durante varios días. No solo entre ellos, sino también entre los finlandeses quienes, al parecer, mostraban un apoyo total para con los argentinos del Río de la Plata y para con la bandera argentina. “Nos alentaban, nos decían ‘destruyan a los ingleses’”, recuerda Di Paula, sin mostrar mucha aprobación a esa actitud. “Para mí, eso era una locura. Yo creía que se estaba cometiendo un error”, señala.
-Días después, el 19 de abril, les llegó ese inesperado pedido. ¿Qué estaban haciendo cuando se enteraron?
-Sí. Pasados varios días de navegación, una noche, ya de madrugada, alrededor de la 1 de la mañana, estaba mirando una película junto a otros compañeros en el comedor de oficiales y entra el 3er oficial de cubierta, Armando Bustos. Nos dice: “Tenemos que ir a la isla Ascensión” . Nosotros preguntábamos “¿A dónde? ¿Dónde queda eso? Y… ¿Para qué?”.
El libro ‘Misión cumplida’, de Jorge Muñoz, relata algunos detalles más de esta aventura. En una página, el autor asegura que no hubo ningún tipo de queja o reticencia ante la “orden”. Di Paula confirma que así fue: “Todos lo tomamos muy en serio. Creo que nadie sintió miedo. Lo único que sí nos despertó cierto temor fue cuando el comandante de la base inglesa nos vio y dijo que había ‘extraños en el área’. Ese día nos sobrevolaron helicópteros británicos, se limitaron a filmarnos.
-¿Qué más recuerda sobre la misión? ¿Qué grabaron?
-La primera vez que pasamos lo hicimos por el oeste de la isla, aproximadamente a unas 12 millas (19 kilómetros) de distancia. El capitán tomó fotos de la pantalla del radar donde se veían los puntos que indicaban la cantidad de barcos que había fondeados allí. A su vez, empezamos a grabar, con un simple radiograbador, las conversaciones de VHF que se hacían entre ellos. Se mandó toda la información a Buenos Aires y comenzamos a alejarnos sin tener novedades de que nuestra presencia les hubiera llamado la atención.
-Contra toda la tecnología inglesa y estadounidense. Parece insólito, increíble.
-Cuando nos mandaron a Ascensión, yo dije por dentro: “¿Para qué?”. Me pareció que era algo que no iba a servir de mucho. ¿Qué podrías hacer contra una potencia que, además, sospechábamos iba a tener el apoyo de Estados Unidos? Sin embargo, fue útil. De hecho, la Armada volvió a enviar buques mercantes a Ascensión durante el transcurso de la guerra.
-¿Cómo siguieron los hechos?
-A las 24 horas de haber dejado la isla nos mandaron la orden de que volviéramos, y que esa vez intentáramos hacerlo desde más cerca para ver si podríamos tomar fotografías de qué tipo de buques había allí. Nos fue bien, pero en esa segunda aproximación fuimos descubiertos. Nos empezaron a sobrevolar helicópteros, e incluso escuchamos por VHF que un tal comodoro Clapp, desde el HMS Fearless, pedía a la fragata Antelope que nos fuera a perseguir. Afortunadamente, la fragata nunca salió a interceptarnos.
-Según ‘Misión Cumplida’, fingieron ser un buque pesquero, con ayuda de luces en sitios clave, por ejemplo.
-Sí, cuando navegamos en el Canal de la Mancha y cuando estábamos en las cercanías de Ascensión. Achicamos las luces de los palos y navegamos con las luces reducidas en la sala de máquinas. Además, avanzamos en silencio de radio. Recuerdo que, igual, llegó a sobrevolarnos un avión de reconocimiento inglés.
-¿Cómo estaban los ánimos en el buque después de haber salido de Ascensión?
-Estábamos cansados y preocupados porque no podíamos avisarles a nuestras familias dónde estábamos, teníamos prohibido el uso de la radio. Me acuerdo que le preguntaba al capitán “¿mi familia sabe dónde estoy?”, y él me decía que sí, que la empresa les iba a avisar.
Mientras tanto, el Río de la Plata avanzaba hacia Montevideo, “bien pegado a la costa brasileña”, recuerda Di Paula. La Armada les había ordenado que tomaran esa ruta para minimizar las probabilidades de un encuentro con la Marina británica.
Mensajes cifrados en lunfardo
En ‘Espía a la fuerza’, Benchetrit contaba que la Armada argentina enviaba códigos en lunfardo porque crecía la sospecha de que los ingleses habían logrado interceptar las comunicaciones argentinas: “Así, por ejemplo, el radiotelegrama del 26 de abril dirigido “al capitán del Río de la Plata” rezaba: ‘Bencho picátela al socaire macacos sin demora mañana chamuyá como era el quía que te ojeó. Un abrazo. RADIVOJ’.
“Bencho es Benchetrit”, dice Di Paula. “Andate rápido para la costa brasileña y, sin demora, hablame de cómo era la persona que viste”.
-Sí, pero… ¿podés creer que a mi familia le habían dicho que nos habían mandado a las Malvinas? Luego, se lo pudieron aclarar, incluso antes de que habláramos. Pero, en principio, le había llegado esa información. Llegamos de noche a Uruguay, que fue el primer puerto que tocamos después de haber navegado por la costa de Brasil. A los 5 minutos de haber amarrado, algunos ya estábamos en el muelle. Nos fuimos todos a la telefónica, a las cabinas de Antel. Nos habían pedido que no dijéramos nada sobre esa misión. Pero, imaginate… Todos comenzaron a discar y, al rato, se los escuchaba comentar: “No sabés lo que pasó: ¡fuimos a la isla Ascensión! ¡Nos siguieron los ingleses!”. Nadie se pudo aguantar las ganas de contar todo.