Los combatientes que dejaron su vida en las Malvinas eran, ante todo, personas con derecho a su identidad
16 de mayo de 2022- 00:05 /LA NACION
5 árboles, uno por cada uno de los militares británicos fallecidos en 1982. En las afueras de Puerto Darwin, un predio desbordante de cruces blancas, con una escultura de la Virgen de Luján y a sus pies la “Oración por la Patria”, honra la memoria de los argentinos fallecidos.
El entonces capitán británico Geoffrey Cardozo llegó a las Islas Malvinas tres días después del cese del fuego para garantizar buenas condiciones de contención a las tropas inglesas. Sin embargo, sus superiores modificaron su misión que pasó a ser recuperar y enterrar los cuerpos de los argentinos caídos, muchos al aire libre, en la nieve, en tumbas colectivas, enterrados por sus amigos. Totalizó 237 sepultados en un predio en las afueras de Darwin. Revisó sus bolsillos en busca de documentación o cartas que permitieran esclarecer de quiénes se trataba. Unos 123 no pudieron ser identificados en aquel primer momento.
La reseña de aquel doloroso trabajo se volcó en un informe que se hizo llegar al Ejército Británico y a la Cruz Roja; recordemos que por entonces las relaciones diplomáticas con la Argentina estaban cortadas.
Identificar a los que dejaron su vida en las Malvinas es honrar su memoria y devolverles su nombre y su historia.
El excombatiente Julio Aro conoció ese informe en 2008 a raíz de una serie de encuentros con veteranos ingleses y nació así la Fundación No Me Olvides. El desafío pasó a ser identificar aquellos sepulcros que aún tenían un cartel de “Soldado Argentino Solo Conocido por Dios”. La tarea acordada por la Argentina y el Reino Unido, encargada al Comité Internacional de la Cruz Roja y al Equipo Argentino de Antropología Forense, demandaba exhumar los cuerpos y cotejar sus ADN con muestras de sangre de familiares. Aquellas primeras inhumaciones, las locaciones y trazabilidad fruto del trabajo de Cardozo fueron claves para encarar una delicada misión humanitaria que le ha valido merecidamente a él y a Aro su nominación al Nobel de la Paz. Lamentablemente, al día de hoy, por distintos motivos, aún hay soldados sin identificar.
A cuarenta años de aquel conflicto, ya con 71 años, Cardozo comparte su aprendizaje. Reconoce que al principio se refería equivocadamente a cadáveres o cuerpos. Frente a una realidad tan dura, desconectar la emoción y desafectivizar la vivencia es una forma de poder lidiar con ella. La sabiduría de los años lo ha llevado a reconocer que en realidad siempre debió hablar de personas, de seres con derecho a su identidad. Nunca es tarde para enderezar el rumbo y celebramos que aquellos recuerdos sigan vivos en Cardozo.
Honremos a los hijos, hermanos, padres, amigos, que dieron su vida en una guerra que sabían perdida de antemano.
Entre los involucrados en el conflicto no existió un odio generalizado: fueron combatientes que cumplían con la misión impuesta por quienes conducían sus respectivos países. Un miembro de la Cruz Roja que actuó en 1982, con experiencia en varias contiendas, calificó a la Guerra de las Malvinas “como el último conflicto con características románticas del siglo XX”.
Quienes dejaron su vida en aquella gesta no son solo números para estadísticas y merecen el mayor de nuestros respetos. Eran hijos, hermanos, padres, amigos, que no volvieron y que vieron truncados sus sueños. Muchos de aquellos jóvenes conscriptos clase 62 y 63 provenientes de distintos rincones del país, junto con militares profesionales que cumplían órdenes sabían que era una guerra perdida de antemano frente a un enemigo imposible de vencer. Y aun así lo dieron todo. En sus nombres resuena el heroísmo. En sus sepulturas, late la Patria.