Ocho años después del conflicto en las islas, en 1990, ambos países restablecieron en la capital sus relaciones diplomáticas
«La vida me llevó a convertirme en un experto en las Malvinas; me tocó por casualidad», declaró a mediados de los 90 el embajador argentino Lucio García del Solar, fallecido en 2010. La reflexión, extremadamente modesta y acaso alejada de la realidad, sintetizaba de forma simplista la negociación que el propio García del Solar mantuvo con su homólogo británico Crispin Tickell entre 1989 y 1990 en Madrid y que desembocó en el restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas entre Argentina y Reino Unido, ocho años después de la Guerra de las Malvinas.
Fue en un salón del Ministerio de Asuntos Exteriores, a espaldas del Ritz, donde ambos diplomáticos, con similar ánimo conciliador, dieron el primer paso para dejar atrás un conflicto que, en 1982, provocó mil muertos y mancilló orgullos por la irresponsabilidad de un tirano y la implacabilidad de una mujer con pulso de hierro. La interlocución, que se inició en los meses finales de la década de los 80, se rubricó el 16 de febrero de 1990 en la capital de España con la pretensión de generar progresivamente una atmósfera de confianza mutua inexistente desde la invasión argentina de las islas.
Eliminación de la «zona de exclusión»
El pacto, anunciaron los jefes de las delegaciones en litigio, se haría efectivo «previa notificación a las potencias protectoras» y traería consigo la reapertura de las respectivas embajadas. El final diplomático de la Guerra de las Malvinas, también llamada Guerra del Atlántico Sur, se basó, por un lado, en obviar la cuestión de la soberanía de las islas –germen del conflicto– y, por otro, en la seguridad de que Argentina había abandonado sus intenciones de ataque y conquista del territorio. En otro término, pero no subordinado, se modificó la «zona de exclusión» de 150 millas desde la costa impuesta unilateralmente por el gobierno de Margaret Thatcher.
Así, se estableció una nueva banda de aviso con diferentes distancias –100 millas como máximo– en función de la navegación, militar o aislada, que contaba como principal novedad que, previo aviso de 48 horas, podía ser transitable. En la fecha se aseguró que no se habían incluido en la firma cláusulas secretas que comprometieran individualmente a Argentina, pero desde ciertos sectores del país sudamericano el acuerdo se consideró como un acto de postración ante el todavía considerado enemigo. Aún hoy, a pesar del pacto mediante y los años, la disputa sigue abierta tanto en términos sentimentales como diplomáticos.